Vistas de página en total

martes, 30 de agosto de 2011

A tí, Mari

Mi padre a menudo me dice que hoy nos quejamos de vicio. Que antes no había nada, y también eran felices. ¿Que no había nada? Nada ¿de qué? De cosas materiales supongo, porque había algo que hoy poco a poco se va perdiendo. El trabajo, el compromiso, el esfuerzo, el sacrificio, la ilusión…

Hace ya unos cuantos de años, (no sé por qué cada vez que rememoramos algo, hace ya mucho, mucho tiempo), recuerdo perfectamente, cómo dijeron en las noticias que en el año 2000 todo el mundo iría con un teléfono a cuestas, y yo pensé “sí, claro, y los coches irán volando… están todos locos…” Y ahora hago una reflexión profunda: ¿podríamos vivir sin móvil?, ¿podemos vivir sin internet?, ¿y sin ordenador?, ¿podríamos vivir sin coche?, ¿y sin salir de fiesta cada dos por tres?, ¿o sin ir a cenar fuera o ir de vacaciones?, ¿o sin comprar ropa?, ¿o sin televisión? ¿Seríamos capaces de ser felices sin tener todas esas cosas que tenemos y de las que mi padre (por ejemplo) prescindía?

Y ahora, aquí tumbada en la cama, bajo el techo de mis progenitores, con treinta y dos años, en paro, sin un duro, sin que me pertenezcan ni las bragas que llevo puestas, sólo con la certeza de tener como única propiedad un futuro incierto, me pregunto: ¿Qué hemos ganado en este Estado del bienestar? ¿Sólo hemos conseguido ser esclavos de cosas prescindibles?

No hay comentarios:

Publicar un comentario