Vistas de página en total

jueves, 21 de febrero de 2013

Ensoñaciones imposibles


Hoy me ha dado por pensar: si nosotros que somos tan reivindicativos, que nos gusta tanto protestar por las injusticias, los abusos legales, las infamias políticas que comemos a diario. Nosotros  que disfrutamos riéndonos con los chistes juiciosos y macabros que unos cuantos cerebros prodigiosos publican y difunden por internet, ¿qué pasaría si nuestros cuerpos abatidos ante tanta indignación se levantaran un día y todo funcionara bien? Si consiguiéramos un trabajo justo, si las noticias fueran positivas, si no hubiera abusos, si la educación española fuera un éxito europeo, si las prestaciones sociales cubrieran al cien por cien las necesidades de los ciudadanos, si el precio de la vivienda fuera el de hace diez años y el respeto al profesor el de hace veinte. ¿Qué pasaría si, de repente, hubiera justicia igualitaria para todos, y el debate de la nación fuera un no parar de propuestas de todos los partidos políticos, trabajando al unísono para hacer de este país un lugar digno donde vivir? Si la agricultura y la ganadería recuperaran el valor que moralmente se merece e injustamente ha ido perdiendo, en detrimento de otras actividades menos lícitas. Si se financiaran las investigaciones científicas, médicas, tecnológicas y medioambientales con becas públicas y nuestros “cerebritos” no tuvieran que emigrar para realizar sus innovadores proyectos. Qué pasaría si los periódicos no hablasen de corrupción más que en la sección de internacional, y el precio de productos básicos, como la electricidad, el gas o el petróleo estuvieran controlados por un gobierno justo que mirara por los intereses del ciudadano ante cualquier otro interés particular. ¿Qué sería de nosotros si la lectura fuera la principal fuente de ocio y las bibliotecas estuvieran llenas de jóvenes ansiosos por aprender? ¿Qué haríamos si un día despertáramos en la España que todos deseamos?

lunes, 18 de febrero de 2013

Suspirando siempre por tí.


Paso las horas suspirando por ti, aunque aún no te conozco. No veo el momento de tenerte conmigo. Y ahora que ese momento se acerca no puedo evitar tener dudas. ¿Seré buena para tí?, ¿serás tú bueno para mí? Te he imaginado de tantas maneras diferentes… te he imaginado duro, fuerte, casi insoportable y no me importa. Te he visto interesante, atractivo, justo y solidario, lo que siempre he querido. Te he deseado apasionado. Seas como seas, te querré, porque te espero ansiosa desde hace ya tanto tiempo…y aunque me des problemas, aunque con toda certeza me quejaré de ti en más de una ocasión, aunque me robarás el tiempo, la fuerza y la salud, aunque te llegue a maldecir cuando me tengas harta porque sin duda me cambiarás la vida por completo, poniéndola patas arriba, te necesito más de lo que te imaginas. Sin ti ya no podía seguir viviendo ni un momento más, mi queridísimo futuro empleo.

viernes, 15 de febrero de 2013

La pasión


Un filólogo puede analizar una oración subordinada adjetiva explicativa, pero la cosa se complica cuando ha de dar cuenta de su propio sentir, y es que, cuando la pasión te hace ignorar la razón, hasta el lenguaje se descontrola. Últimamente la pasión baraja nuestra vida en vista de no tener nada material a lo que aferrar el futuro. Pero la pasión, tan grata en ocasiones, es peligrosa cuando se desborda. Por pasión se ama y por pasión se mata. ¿Acaso los asesinos no son más que seres altamente pasionales? Entonces, ¿dónde está el límite? ¿En qué medida podemos decir que la pasión se nos ha ido de las manos? ¿Cómo podremos controlar esa fuerza que emerge de algún lugar de psico individual antes de convertirse en altamente peligrosa? Imaginaros que hubiera unas pastillas para controlar los ataques de pasión, ¿Cuál sería el momento exacto en el que deberíamos tomarlas? Porque de existir, creo que estoy empezando a necesitar esas pastillas.
En nuestro estado de absoluto nada, sólo podemos asirnos a los propios sentimientos para dejar obsoletas, vacías o incompletas palabras como “indignación”. ¿Qué es la indignación? ¿Acaso esa simple palabra, que no hace tantos años tuvo un significado completo, es capaz ahora, por sí sola, de expresar la complejidad de sentimientos (furia, odio, opresión, vergüenza, lástima, asco, repulsión, violencia, ignorancia, ira, pánico, indefensión, impotencia…) que experimentamos en estos momentos? No, el lenguaje es, sin lugar a dudas, insuficiente, llegados a este punto de exacerbación de sentimientos.
Quizás el humor sea una alternativa para sobrevivir a tanta injusticia, pero yo estoy cansada de reír. Desde que el pueblo pasa hambre la injusticia dejó de tener gracia. Quizás haya llegado la hora de luchar a muerte. Es hora de poner en juego la vida para tener opción a alcanzar la bolsa. Mi pasión me provoca deseos de muerte. Hora de la pastilla.

miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Es mi ordenador o soy yo?


Hace tiempo que no puedo escribir nada. Creo que mi ordenador debía estar programado por el calendario maya, porque más o menos desde aquel último “fin del mundo” se ha vuelto contra mí. He buscado en google la palabra “Fortuna” y le he dado al botón “voy a tener suerte” y el muy atrevido me ha contestado: Su sistema no contempla dicha aplicación, ¿quiere descargarla ahora? Yo, por supuesto, optimista como siempre, le he dado al Si y se me ha bloqueado la fuente, así que he desestimado el ofrecimiento y, para pasar el rato, he estado revisando aquellas fotos depositadas en la carpeta “Deliciosas locuras”, dentro del archivo “Confidencial”, para recordar las atrocidades que cometíamos cuando éramos libres. Los hechos desagradables se enviaron de inmediato a la papelera de reciclaje y le di a “vaciar” para no dar cuenta de ellos. En ese momento descubrí que no es que mi ordenador se haya vuelto contra mí, más bien se ha desactualizado. Se hace viejo, irremediablemente, y no cuenta más que batallitas ganadas. No he actualizado los programas, ni le compré ningún complemento por Navidades, de hecho hace mucho que no le regalo nada más que lo meramente imprescindible para existir. Quizás no sea todo culpa suya, simplemente se ha acomodado a hacer siempre lo mismo por pura vaguedad: escribe, lee, navega un rato, siempre por las mismas páginas, guarda archivos obsoletos como oro en paño y poco más. Se ha vuelto un sentimental que si tuviera lágrimas lloraría por todo lo que está obligado a desvelar. Aún así, mantiene la dignidad, es pulcro y ordenado, no como otros que amparados bajo un falso “Síndrome de Diógenes” no guardan más que basura inutilizable. Podemos decir que, aunque viejo y desactualizado, sigue teniendo el encanto embriagador de quien se sabe intelectualmente necesario y aún a las puertas de perder la Ip, el Pentium le sigue funcionando como el primer día. No todos pueden presumir de eso después de haber sufrido virus tras virus, tan nocivos para su salud tecnológica…

Mira a su alrededor y ve que todo ha cambiado, sus amigos son diferentes, más modernos y con múltiples aplicaciones (la mayoría de ellas sólo sirven para demostrarse a sí mismos que son mejores), con sus nuevas melodías y su inmediata rapidez para todo… y que no hacen más que requerir atenciones constante, provocando la más absoluta esclavitud para sus dueños. Un momento, ¿de qué estaba hablando? Ahh, sí, mi ordenador…

martes, 5 de febrero de 2013

El maravilloso orden del caos


Ayer estuve ordenando mi ropero. No sé por qué pero siempre que ordeno el ropero tengo la sensación de que, de alguna manera, estoy ordenando mi vida. Desecho todo aquello que a pesar de haberle dado mil oportunidades no he conseguido nunca darle uso, por ejemplo, aquellas prendas pretenciosas que compré para una ocasión especial y que ahí siguen con la etiqueta colgando, esperando ese gran acontecimiento que nunca llega. .. O aquellas otras que un día fueron mi único ser, mi yo más profundo, mi identidad y mi personalidad, pero hoy ya, inevitablemente, y muy a pesar del dolor que me causa, tengo que abandonar en la caja de “ropa pequeña”, porque nunca, nunca, nunca (por mucho que me intente convencer de que tengo que adelgazar) me volverán a estar bien. Y también aquellas otras prendas que no he usado  porque, aunque en la tienda parecían fantásticas y geniales, una vez en casa no me gustan y que simplemente me compre porque estaban muy rebajadas. Es lo comúnmente conocido como “decepciones gangas”. De esta manera, consigo mantener a salvo sólo aquello a lo que sé que le daré uso grato, bien clasificado y doblado. Y a partir de ahí comienza un nuevo despertar: El orden gobierna mi vida.
Quizás esa sea la causa por la que soy una maniática del orden. Quizás sólo necesite que al menos algo, en el caos que se ha ido convirtiendo mi vida (con sus días absurdos, sus semanas discordantes y sus meses fugitivos) esté en su sitio. Absolutamente todo debe ocupar un lugar fijo y aunque a simple vista mi habitación parezca un mercadillo medieval, en todo ese caos existe un orden lógico que sólo yo conozco. “El maravilloso orden del caos”, ¿qué bonito, no?