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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Dios también está en paro.

Dicen que Dios aprieta, pero no ahoga. Esta crisis nos ha enseñado a ser menos quejicas, al menos en mi caso, pues cada vez que me quejo amargamente de mi situación, Dios me castiga para hacerme ver que siempre las cosas pueden ir a peor. ¿Es cierto eso de que Dios no ahoga?, ¿Cuándo llega el momento de aflojar la cuerda? Yo ya he aprendido la lección. Ya sé que de nada me sirve quejarme. Que siempre habrá otros que lo estén pasando peor. No creo que necesite seguir castigada. El tiempo se hace infinito, el futuro incierto y el presente es un presente complejo, de manera que yo ya no estoy segura de la veracidad de ningún hecho contrastado. Nunca he esperado tanto para algo, ahora sólo espero que la espera no haya sido una espera en vano.

Necesito vivir sin sogas al cuello y sin losas al hombro. Quiero sentir y padecer y necesitar y querer y llorar y reír, pero a tu lado… ¿Acaso eso es pedir un imposible?

Cuando no tienes nada que perder, pues nada es también lo que posees, sólo importa el sentimiento, que se hace fuerte como un muro y que es frágil a la vez. El miedo a que se rompa el muro es día tras días más persistente, y aunque la aurora traiga fuertes vientos y lluvias amenazantes, ahí sigue el muro soportando tan crueles desvaríos de la naturaleza, que inevitablemente, lo van erosionando a través del tiempo. Y cada desmembración del muro narra un suceso de la historia. Así es la historia. Esa es mi historia: la constante degradación del muro de las emociones.

Aguardo los días de sol, que llegarán seguro. Mientras, seguiré admirando los movimientos que, como marioneta, me van imponiendo los quehaceres de cada día. Saldrá el sol y veré con claridad el abismo al que me acerqué hoy. Solo entonces muchas manos se ofrecerán para ayudarme saltar el obstáculo, manos que hoy se esconden en los bolsillos, pero ya no harán falta…

Dios debe estar en paro, o de baja por depresión. No es lícito que se haya olvidado de nosotros de esta manera. Ahora que la desesperación me ha hecho creer en Dis por primera vez en la vida, y como último recurso de fe, pues la fe en el ser humano la perdí hace ya algún tiempo, voy a tener que dejar de creer, otra vez, en Él.

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