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viernes, 2 de diciembre de 2011

Naranja y limón

Ayer fue uno de esos días agridulces, en el que tienes que compaginar la alegría de un acontecimiento con la tristeza de otro, y el hecho de sentirte feliz por algo, te hace parecer miserable.

Fue genial recibir la cantidad de mensajes de ánimos, de apoyo incondicional, el abrigo del abrazo de todos los que conoces, las llamadas de felicitación, en un momento crucial, que esperabas hace mucho. No sé cómo podría agradecer tanto como me dais. No lo merezco. Es demasiado. Vosotros sois demasiado para mí.

Por otro lado, el hecho de que tu madre se levante mareada, con vómitos, sin fuerzas, te baja de la nube en la que vosotros me subís a diario. Y es que mi madre, por mucho que me queje de ella, por muy pesada que sea y a pesar de lo que discutimos, es la luz que me guía. La única persona que siempre me ha hablado sincera de la crudeza de las cosas, del sacrificio, de la derrota, y al verla tan empequeñecida sólo deseo que me dure muchos, muchos años más, dando por culo.

Esto te hace darte cuenta de que lo importante en la vida no son las cosas que esperas que sucedan, sino las que esperas que no sucedan nunca, sabiendo que tarde o temprano sucederán.

Por cierto, mi madre hoy ya está dando por culo alegremente, lo que quiere decir que se encuentra mucho mejor.

Ayer fue un día de contrastes. Del miedo a la euforia, de la tristeza a la más absoluta alegría y el punto positivo lo pusisteis vosotros. “Gracias” es poca palabra.

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