Hoy me ha llegado una carta del
Sexpe (Servicio Extremeño Público de Empleo)… espera que me da la risa…
Inciso: [Me hace gracia
toda esta gente que, aunque de buena voluntad, siempre me dice que mantenga las
esperanzas, que ya veré como en el momento que menos me lo espere, que tenga
fe, que mantenga la ilusión y el optimismo, que la actitud frente a las
adversidades es algo muy importante, blablablá, blablablá…]
… he abierto la carta del Sexpe
con toda la ilusión, esperanza, fe y optimismo del mundo entero, pues hoy bien
era un día que no me esperaba nada, y todo este bagaje de buen rollo se ha
caído al suelo al ver que, cómo no, sólo se trataba de una cita rutinaria de
control al parado. Bueno, quien dice una cita dice seis, dividida en tres días
alternados, a dos visitas por día en horarios divergentes, ¿…? Y yo me
pregunto: ¿qué interés puede suscitar controlarme con tanto ahínco a mí, que no
cobro prestación alguna por desempleo? ¿Qué ventaja o provecho útil puedo sacar
yo de esto? ¿Mantener los tres meses que tengo de antigüedad en el paro? Pues
no lo sé, no lo supe hasta que me acerqué a la oficina del Sexpe (es lo que
tenemos los parados, mucho tiempo y ganas para tocar las pelotas). Entonces,
justo en ese momento en el que abrí la puerta y sentí el frescor del aire
acondicionado soplar en mis sienes humeantes, justo cuando inhalé aquel olor a
limpio y me atrajo la luz blanca y pura, justo allí parada en un abismo entre
el cielo y el infierno, justo en aquel momento fue cuando descubrí por qué se
me cita en tres días alternativos para dos visitas por día: Una empleada joven le
dijo a su compañera que tenía que ir a la farmacia y ésta le contestó que la
acompañaba, entonces una tercera se levantó y les dijo en voz alta: “Esperadme
que voy con vosotras al centro. Tengo que ir al entierro a dar la cabezá” y se
marcharon las tres tan felices… entonces miré a la sala donde están dispuestas
las mesas de atención al cliente. No estoy segura de si son siete u ocho mesas
con sus correspondientes administrativos. De ellas sólo una estaba operativa. Las
demás, huérfanas, sin ley ni orden, llenas de papeles desordenados,
abandonados, observaban la lánguida estampa. No sé dónde estaría el resto del
personal, pero haciéndome eco de los quehaceres de las tres empleadas que
huyeron justo cuando yo entraba, puedo adivinar que los demás tenían que estar
también en importantísimos trámites. Y me vino la luz: No es que me tengan que
controlar a mí. Tienen que justificar que trabajan en algo, pues dada la
ausencia de trabajo para ofertar y también de cursos de formación o cualquier
otra cosa que facilite de alguna manera la más que complicada entrada al mundo laboral, no les quedan
a los pobres mucho en qué entretenerse. Es como si un agente de seguridad
fingiera un robo en el centro en el que trabaja para justificar la necesidad de
su puesto de trabajo. Aún esto último me parece más honrado, pues en ningún
momento el agente de seguridad atenta contra la fe, la ilusión, el optimismo,
esperanza y actitud de gente humilde que implora un puesto de trabajo.
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