Ayer estuve ordenando mi ropero. No
sé por qué pero siempre que ordeno el ropero tengo la sensación de que, de
alguna manera, estoy ordenando mi vida. Desecho todo aquello que a pesar de
haberle dado mil oportunidades no he conseguido nunca darle uso, por ejemplo,
aquellas prendas pretenciosas que compré para una ocasión especial y que ahí siguen
con la etiqueta colgando, esperando ese gran acontecimiento que nunca llega. ..
O aquellas otras que un día fueron mi único ser, mi yo más profundo, mi
identidad y mi personalidad, pero hoy ya, inevitablemente, y muy a pesar del
dolor que me causa, tengo que abandonar en la caja de “ropa pequeña”, porque
nunca, nunca, nunca (por mucho que me intente convencer de que tengo que
adelgazar) me volverán a estar bien. Y también aquellas otras prendas que no he
usado porque, aunque en la tienda
parecían fantásticas y geniales, una vez en casa no me gustan y que simplemente
me compre porque estaban muy rebajadas. Es lo comúnmente conocido como “decepciones
gangas”. De esta manera, consigo mantener a salvo sólo aquello a lo que sé que
le daré uso grato, bien clasificado y doblado. Y a partir de ahí comienza un
nuevo despertar: El orden gobierna mi vida.
Quizás esa sea la causa por la
que soy una maniática del orden. Quizás sólo necesite que al menos algo, en el
caos que se ha ido convirtiendo mi vida (con sus días absurdos, sus semanas discordantes
y sus meses fugitivos) esté en su sitio. Absolutamente todo debe ocupar un
lugar fijo y aunque a simple vista mi habitación parezca un mercadillo
medieval, en todo ese caos existe un orden lógico que sólo yo conozco. “El maravilloso
orden del caos”, ¿qué bonito, no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario