Un filólogo puede analizar una oración subordinada adjetiva
explicativa, pero la cosa se complica cuando ha de dar cuenta de su propio
sentir, y es que, cuando la pasión te hace ignorar la razón, hasta el lenguaje
se descontrola. Últimamente la pasión baraja nuestra vida en vista de no tener
nada material a lo que aferrar el futuro. Pero la pasión, tan grata en
ocasiones, es peligrosa cuando se desborda. Por pasión se ama y por pasión se
mata. ¿Acaso los asesinos no son más que seres altamente pasionales? Entonces,
¿dónde está el límite? ¿En qué medida podemos decir que la pasión se nos ha ido
de las manos? ¿Cómo podremos controlar esa fuerza que emerge de algún lugar de
psico individual antes de convertirse en altamente peligrosa? Imaginaros que
hubiera unas pastillas para controlar los ataques de pasión, ¿Cuál sería el
momento exacto en el que deberíamos tomarlas? Porque de existir, creo que estoy
empezando a necesitar esas pastillas.
En nuestro estado de absoluto nada, sólo podemos asirnos a
los propios sentimientos para dejar obsoletas, vacías o incompletas palabras como
“indignación”. ¿Qué es la indignación? ¿Acaso esa simple palabra, que no hace
tantos años tuvo un significado completo, es capaz ahora, por sí sola, de
expresar la complejidad de sentimientos (furia, odio, opresión, vergüenza,
lástima, asco, repulsión, violencia, ignorancia, ira, pánico, indefensión,
impotencia…) que experimentamos en estos momentos? No, el lenguaje es, sin
lugar a dudas, insuficiente, llegados a este punto de exacerbación de
sentimientos.
Quizás el humor sea una alternativa para sobrevivir a tanta
injusticia, pero yo estoy cansada de reír. Desde que el pueblo pasa hambre la
injusticia dejó de tener gracia. Quizás haya llegado la hora de luchar a
muerte. Es hora de poner en juego la vida para tener opción a alcanzar la
bolsa. Mi pasión me provoca deseos de muerte. Hora de la pastilla.
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