El otro día, en uno de los interminables
trances que paso esperando en alguna estación de autobuses extremeña el
siguiente enlace para llegar al fin del mundo, decidí escuchar en mi Mp4, para
variar, la radio, pues estaba un poco cansada
de la música repetida que tengo guardada, que aunque me encante, ya se sabe que
lo mucho agota (y por eso te quiero tanto). Entonces, no recuerdo el dial, sonó
una canción de Pear Jam que hacía tiempo que no escuchaba, y recordé que antes
me encantaba escuchar Pear Jam a todas horas, cuando estaba triste, cuando
estaba contenta, y no entiendo cual fue el motivo por el que de repente, de un
día para otro, dejé de escucharlo. Quizás alguien me dijese que era aburrido,
pero a mí me hacía sentir, y aprecio todo lo que me hace sentir, ya sea alegría
o nostalgia (por eso te quiero tanto), pues sólo el sentir me recuerda que sigo
viva. Tal vez fuera por culpa de la fulminante evolución tecnológica que los
hijos de la Democracia hemos sufrido durante casi toda nuestra vida. Desde que
no tengo coche, no utilizo los Cds. Tengo toda mi música guardada en el
ordenador y de ahí va directamente al Mp4, quedando mi viejo y cochambroso Discman,
con quien tantos momentos he compartido, abandonado al fondo del cajón de las
cosas inútiles, como la cámara de revelar, las cintas de casete, mi super
primer móvil, la estación meteorológica, un Zipo, la agenda de teléfonos
(formato papel), algunas cartas y postales y otras símbolos del entrañable
siglo XX. En aquel instante, al escuchar Alive, con los pies helados y cargada
de maletas, como antaño, me sentí yo, porque era la misma persona en similar
situación, reconociendo un sentimiento casi olvidado y acordándome de la misma
persona que antes ocupaba mis pensamientos (por eso te quiero tanto), y me
pregunté, ¿por qué demonios dejé de escuchar Pear Jam?, ¿por qué dejamos de
hacer cosas que nos gustan y no cuestan ningún esfuerzo seguir haciéndolas?,
¿será un cambió evolucional que padecemos sin sentirlo? Tan simple como dejar
atrás cosas significativas como la universidad, los amigos con los que tanto
hemos compartido, las aficiones, los gustos y en resumen un periodo de la vida
que echa el cierre definitivo para no volver jamás. Y mientras apuramos la
liquidación por cierre de aquella etapa mágica, aferrándonos a los últimos
rescoldos de supervivencia en la ficción realista en la que se movían nuestras
vidas, no somos consciente de que sólo nos llevaremos para siempre los vagos recuerdos
y algo realmente significativo que nos acompañará al futuro y que convertiremos
en atemporal, para poder, de vez en
cuando, rememorar antiguas vivencias de anti héroes despojados de su mayor
poder: la juventud. (Por eso te quiero tanto).
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