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viernes, 30 de septiembre de 2011

El reino animal

Estos días, más por obligación que por devoción, me he estado tragando una ingesta de documentales, y ha sido muy interesante. Me ha hecho reflexionar sobre el mundo animal y sobre el hombre. Fuera de convenciones, de socialización, de educación, de política y de moral el hombre es un animal salvaje domesticado. Al igual que los leones en cautiverio, el hombre (y cuando digo hombre no quiero decir Hombre, sino hombre, o sea, el género masculino del Homo Sapiens Sapiens) se muestra dócil, afable, tranquilo, manso en la paz de su caverna, pero eso no significa que, cuando sale ahí fuera, a la jungla, no recupere el instinto de animal salvaje que lleva inherente a su ser. Entonces son peligrosos, impredecibles. Sólo se muestran tranquilos cuando van acompañado de su manada, a la que protege de otros depredadores.

Las leonas, por su parte, no dejan de ser la versión femenina de la misma especie de Homínidos. Pertenece a un león que un día la sedujo por su juventud, su fuerza y su dominio ante otro depredador. Se encargan de la comida. Ellas cazan para su león y para el resto de la manada, y se dejan engatusar con las atenciones y protección de su rey, sobre todo en época de apareamiento. Son serviciales y fieles. Les siguen a todas partes, hasta que su león envejece, llega uno más joven que lucha con el patriarca para apropiarse de la manada ajena, vence y destrona al antiguo rey, que se marcha cabizbajo a morir en soledad. Se quedan sin manada que proteger y sin sus leonas que le proporcionan la caza diaria. Durarán poco tiempo ya. Las leonas, por su parte, se quedan bien contentas con su nuevo protector.

De todas maneras a mí me gustaría que los hombres se pareciesen más a los delfines, que viven en pareja hasta la muerte, se divierten, dan esos saltitos por encima del agua y encima, dicen, son inteligentes. O al caballito de mar, que es el macho quien engendra, pone los huevos y los cuida.

En fin, que tenemos mucho que aprender del reino animal. Cuanto más vamos avanzando la especie humana, más nos vamos pareciendo a un pez de colores que adorna las peceras de restaurantes caros, que no hace nada, sólo nada, nada y nada.

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